sábado, 17 de noviembre de 2012

Lo que hemos aprendido del informe PISA

La prueba PISA tan solo cuenta con algo más de una década de antigüedad, pero se ha convertido en un referente para todos los teóricos y legisladores en materia educativa. Desde el principio, Andreas Schleicher ha estado al frente de esta iniciativa de la OCDE. En una entrevista concedida al New York Times, repasa algunas conclusiones derivadas de los sucesivos estudios.

Según Schleicher, la clave del éxito de PISA ha sido acertar con un modelo de evaluación que combina la objetividad con la utilidad inmediata. Al principio costó que los sistemas educativos aceptasen ser evaluados: “Las escuelas no tienen la tendencia natural de mirar lo que se hace en otras escuelas”. Para eso nació este programa: “Ahora puedes usar el mundo como un laboratorio”, señala Schleicher.

Además, considera que la decisión de abrir el estudio a países ajenos a la OCDE ha demostrado algo importante: los mejores sistemas educativos no son los de los países más ricos; según Schleicher, algunas naciones de la OCDE deberían aprender de los modelos de Singapur o Hong Kong.

Sin embargo, el actual supervisor de las pruebas PISA cree que el hallazgo más importante que ha traído este programa es que la calidad y la equidad educativa no son enemigos: “El impacto del contexto socioeconómico no es inevitable”. Hay países con muy buenos resultados que consiguen moderarlo en gran medida, como por ejemplo Finlandia.

Para Schleicher, la clave está en el concepto que hay detrás de cada sistema educativo: “Cuando pensamos en los mecanismos de mercado aplicados a la educación, pensamos solo en satisfacer una demanda del consumidor, en la elección de escuela”. Sin embargo, existen otros métodos que, aunque también están basados en el mercado, tienen un enfoque más centrado en la oferta, en lo que las administraciones pueden ofrecer para que la elección del colegio redunde en un sistema equitativo y de éxito. Por ejemplo, en Shanghái existen incentivos para atraer a los mejores profesores hacia las escuelas más problemáticas. En definitiva, se trata de corregir los efectos negativos que la desigualdad social pueda tener en la educación.

La evaluación de los colegios, por parte de las autoridades, debe funcionar en sí misma como un incentivo. Pero eso no ocurrirá si la administración transmite un mensaje simplista: “Evalúo a tus alumnos: si van mal, te castigo; si van bien, te doy dinero”. Esto es lo que Schleicher denomina un sistema de evaluación vertical, a diferencia del horizontal, en el que son los mismos profesores, también de otros colegios, los que evalúan a sus colegas.

Este segundo modelo, que para Schleicher no relaja la exigencia en la evaluación sino al contrario, comporta también un modelo de cooperación entre profesores y directivos que produce un tipo de sindicalismo distinto. Según el supervisor de PISA, los sistemas educativos con evaluaciones horizontales, como Japón o Finlandia, tienen sindicatos fuertes, pero la diferencia es que no siguen el modelo del sindicalismo industrial.

Por último, de acuerdo a los resultados de las sucesivas entregas de PISA, Schleicher considera que el factor más determinante en la calidad de un sistema educativo es la preparación de los profesores. Eso es mucho más importante que el número de alumnos por aula, un indicador con el que hay cierta fijación. “Claro que, si todo lo demás permanece igual, una clase pequeña es mejor que una clase más grande. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es: “Si tengo un dólar extra para gastar, ¿en qué lo invierto: en reducir el tamaño de la clase, en un profesor mejor, en más horas de clase? Y lo que nuestros estudios muestran con gran claridad es que si tienes que escoger entre un buen profesor y una clase pequeña, escoge al profesor”.


Fuente: The New York Times

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